6.3.07

Gracias por tu compañía (disculpa la flojera)

La lluvia caía de manera precisa, recuerdo. Me acerque a tu sombra en la cama; dormías muy lindo, preciso también. Me tape con esos abominables plumones que tenías en tu casa. Me pegue a tu espalda y me di cuenta de que aun con todo el calor que producían todas esas cosas que habían en la cama, estabas helado, acurrucado, disfrutando de esa sensación que da esta ciudad en invierno; sensación que por cierto, es lo que te hizo elegirla para vivir.
No es que esté dándome vueltas en cosas superfluas para no llegar al punto donde entiendes por qué escribo esto. No, para nada. Es solo que estoy tratando de aplicar las cosas que he aprendido, evitar caer demasiado en mis defectos, tratar de ser precisa.
Estábamos juntos desde, en ese entonces, un año y medio. Me atrevo a decir que los primeros meses fueron, para los dos, una manera agresiva de eludir la soledad. Yo había llegado recién al país, tu volvías, después de mucho, a la tierra que habías seleccionado de entre tantas que te habían acogido.
Para que recordar el momento en que nos cruzamos. Digamos sólo que ni tu ni yo estábamos, ¿como se dice?, sobrios. Me gusta pensar que el que nos hallamos encontrado después, de día y conscientes, es algo mágico, movido por algún capricho de alguien que no quiso obedecer a lo que estaba predestinado.
Eso. No se cuando nos encariñamos, menos cuando nos enamoramos. Tu sólo te escabullías por los pasillos de la universidad tratando de no ser reconocido, llevando gin entre todas tus fantasías nocturnas mientras yo quemaba aromas en mi rincón estudiantil, inventaba canciones y llenaba mis cajones de lencería roja.
Hubo muchas aventuras. Miles de aventuras. Buenas y malas. Como aquella en que nos atrevimos a entrar en un Púb y fuimos descubiertos por el flash de esa revista que odiábamos pero comenzamos (después de esa noche) a comprar religiosamente.
Pasaba el tiempo, nos volvíamos algo real, palpable, y dejábamos el nido de perversiones donde nos citábamos escapando, como ya dije, de todo ese silencio que, imagino, compartíamos sin querer en las interminables tardes lluviosas en Londres.
Me mantuve unos minutos respirándote; luego te abrasé la espalda y comencé a perderme en tu respirar, llenándome del oxigeno que rechazabas, exactamente al mismo ritmo en que lo hacías tu, y si tuviera como comprobarlo, juraría que nuestros corazones funcionaban también, con el mismo latido.
Estaba feliz.
Mi cabeza comenzaba a conectarse a nuestras percusiones y yo te seguía amando. Las cosas se fabricaban en ese minuto, todo adquiría forma, tomaba color. Nació en ese instante mi celebración, se conjugaban las palabras en mi cabeza, supe que tenia que decirte lo que pasaba mientras dormías. Que tenía que agradecerte de esta manera.
Ese día había terminado por fin la carrera; al día siguiente, iríamos a tu estilista a cortarme el pelo, como habíamos acordado, para celebrar.
Tú respirabas, yo te seguía. En mi cabeza repasaba todos los momentos, escribía lo que te escribo ahora, me escondía en tu espalda, me refugiaba en el pelo que caía en mi frente desde tu cuello, disfrutaba, si amor, era feliz. Pero no podía evitar pensar en que estaba concluyendo mi vida en ese lugar, comenzaba el proceso de volver, de comenzar, de vivir con mis acciones, de seguir el camino que siempre había querido evitar. No podía volver sin ti, no podía disfrutar de las cosas que me completaban; no si no las compartía contigo. Me desespere. Me volví hacia el velador y estirando los brazos comencé a tantear en la oscuridad, tratando de encontrar en medio de la nada, mis cigarros.
Encendí y aspire dos veces, recuerdo perfecto. La calma volvía a mi sangre, tu presencia reinaba de nuevo, me gire para mirarte. Tus cortinas eran un diseño perfecto que evitaba la ya escasa luz de la noche, por lo que voltearme para mirarte era nada más que un trámite físico, pero que ayudaba a mi cabeza a imaginarme tú cara. Lleve el cigarro a mis labios, aspire. La punta se quemaba, el humo salía, y tus ojos relucieron a través de la llama entre mis dedos, revelando tu escondite, tu vigilia secreta, Tus grandes ojos verdes.
Aleje el cigarro de mi boca, desaparecías. Solté el humo. Las yemas de tus dedos acariciaron mi mano, recorrieron lentamente los míos y deslizaste el humo sutilmente desde mis dedos al dominio de los tuyos. Con la misma mano arreglaste mi pelo a tientas detrás de mi oreja, tocaste mi sien, acariciaste mi mejilla. Luego, siempre en silencio, te acercaste a mi, buscando, estoy segura, la intersección de nuestras expiraciones. Luego te quedaste inmóvil, adivinaste mis ojos, me besaste. Tocaste tu frente con la mía…susurraste.

2 comentarios :

  1. SugarCube dijo...

    es muy cierto que uno quisiera tener millones de noches así.. creo que nunca será agotador continuar el pum.. pum.. pum
    lo peor ocurre cuando se van y uno intenta recrearlas.. ni el cigarro sabe a cigarro..



    besos

  2. Anónimo dijo...

    No sé q wea pero siempre q te posteo no sale.

    Bueno... lo ultimo q escribiste me gusto mucho , me encantó. Tienes un estilo super definido, es algo así cómo sensual y de repente con adjetivos precisos que hacen imaginarse las cosas simples cómo bellas (... cómo ese "espejismos egipcios" o algo asi.. )

    No sé si entendí bien lo que querías decir con "volver", pero la interpretación que le dí me llegó caleta,, después conversamos po "colega", salu2 a tu familia y espero verte pronto! Byeeee..

    konix.blogspot.com