25.3.07

Cuidado con el rimel, Daniela


Se giró en si misma, enredando el cubrecama blanco con su enorme falda burdeo. Soñaba con su cuello, con su olor. Un movimiento brusco, desesperado, entusiasmado, la despertó impaciente y borró de un parpadeo el sueño que tenía con el amor agónico e hipodérmico del verano que terminaba.
En la misma posición se mantuvo por un rato, observando su brazo derecho completamente extendido en las dos plazas que ahora sobraban en su cama. El calor que cobija el sueño se concentraba en ella; otoñal, emancipado de la estación que le correspondía este año, predominaba cargante en la habitación. Un par de minutos y se vio obligada a abrir la ventana de la terraza.
Como consecuencia, el viento curioso entró prepotente por entre las cortinas blancas, esparciéndolas fantasmales, como buscando algo para botar, romper y trizar.
Luego el silencio y ella descalza por la alfombra del pasillo. El viento violento cerrando la puerta de su pieza de un solo golpe.
Una extraña melancolía la inundaba en esta parte de la historia. Algo así como soledad, un vacío extraño que no estaba acostumbrada a contener, una sensación nueva en el fondo de su pecho, justo ahí entre las costillas.
Buscando una rápida solución a la nueva problemática sentimental, corrió al living, y sacó desde la zona musical un cd blanco. Sin carátula ni referencias, lo puso a andar a todo volumen.

-Te hice este cd para que limpies tu ignorancia musical-

Uno de los hombre de entre sus manos se creía artista. Confeccionaba patéticos intentos de formas originales, sin contenido alguno, que siempre eran comparables casi a nivel de plagio con obras como las de Neruda. Aseguraba ser un gran conocedor de los estilos musicales y se jactaba de ello, siendo la mayor parte del tiempo redundante y aburrido, aunque sus intentos por dominar la guitarra no eran tan malos como los de macerar una metáfora. El cd había sido su último obsequio.
Ella no ignoraba las cosas, le gustaba conocer y experimentar. Pero no le interesaba la música tanto como a él. Además, solía desechar rápidamente las cosas que no le llamaban la atención. De la misma manera, terminó con Diego no mucho después.
Las canciones del pasado comenzaron a bailar a su alrededor. Los eventos, tal como fueron evolucionando hasta llevarla a las emociones actuales, tomaban formas casi palpables tras cada paso que daba en la alfombra; desde el contorneo de sus caderas el dolor se habría paso ineludible y la música sonaba y relinchaba como si proviniera del magnetismo resonante que producían los trozos de alegría al chocar como vidrios en su corazón.
Una extraña euforia se apoderó de ella. Corrió hasta su pieza por el pasillo, abrió la puerta de un golpe y comenzó a saltar en la cama. Las blancas sábanas caían al suelo al ritmo de la música. Las cortinas como coristas detrás de su danza saltarina y el ruido desde el living invadiendo el lugar. La evasión más nueva que se le venía a la mente.
Todo el tiempo, justo encima del único mueble que acompañaba la cama, un espejo largo y redondo se mantuvo en silencio, hasta que decidió hacerse sentir, reflejando la caída negra del rimel por el contorno de su cara. Atenta a su imagen, observándose como a una mentira, dejó de bailar y volvió los pies a la alfombra. De frente al espejo, el sonido de la trizadura volvió a predominar por sobre la maldita música que a estas alturas pedía ser ignorada.
Abrió decidida el cajón secreto dentro del cajón con llave. Levantó los ojos al espejo. Buscó tanteando el revolver que él había olvidado con la prisa. Revisó las balas, arregló el acto. Vio resbalar las lágrimas que mezcladas en rimel y maquillaje burdeo, parecían gotas de vino y barro; estas caían siempre en el mismo sendero, dibujando en su palidez una explicación bastante coherente.
Primero apuntó a su imagen. La miró y le hizo un gesto amenazante. Movió el arma de un lado hacia el otro, girando la muñeca, pero sin quitar nunca los ojos de los del enemigo.
Luego apoyó los codos en el mueble y su cara en la mano izquierda. Con la derecha sostenía la pistola. Comenzó a observarla, a moverla, a mostrársela a la niña al otro lado del espejo. Despectiva la miró como retándola al asesinato. Después volvió a fijar su imagen en ella.
Por último se enderezó y cayeron las últimas dos lágrimas de la velada. Su brazo se elevó al cielo, y desde ahí bajó su mano para acomodar el cañón preciso en la sien. El dedo índice, tiritando en duda, enfrentaba el costado elegido de su cerebro.
Antes de terminar con todo, regresó por un momento a sus brazos, a su olor, a la sensación que la saliva dejaba en su espalda cuando recorría sus vértebras. Las risas, el hambre, las irresponsabilidades, los test de embarazo esperando en el baño, el té que le llevaba a la cama después de una pesadilla. Los pasos silenciosos cuando disimulaba que había llegado tarde.
Desde ese lugar que le había roto el corazón en mil pedacitos, el cañón explotó una bala decidida que con furia trizó el espejo y acabó con la imagen que la soledad había transformado en un vino barroso pero exquisito.
Calló de rodillas con el revólver aún en la mano. Y no logró, desde ese día, volver a controlar los dolores de la vida.

1 comentarios :

  1. Nacho ® dijo...

    Tu quieres que tu público llore de impotencia cierto???


    Te explico el MEME... un MEME es una lista de alguna cosa (en este caso cosas freak de tu personalidad). Se anotan 6 y luego se le pasa a 6 personas más.

    Y bueno, si te Memeo la Sandra, corresponde responder.

    Saludos Kid.