ahí

Caminando iba por ahí. Con música en los audífonos y ganas de aplicar pasos de baile a lo musical por encima de los autos. Girar en el poste de la esquina, entrar a una de las fuentes de soda y robarle una papa frita al primer plato que viera.
Caminando iba por ahí, brillando en las chispeantes calles de Santiago, saliendo del metro, abriendo el cierre de mi chaleco, cruzándome con gente que iba ensimismada en su propia música.
Por ahí andaba yo, saltando en mi pecho porque sí, cuando vi al amor de mi vida. Fue un flechazo instantáneo, sin más meditaciones.
Directamente desde no sé donde, a metros de distancia y como juntando los labios para decirme hola, sus ojos arrebataron la mirada de los míos, que de tanta impresión parpadearon de nuevo para poder enfocar.
Se vestía bien, usaba lentes oscuros y el pelo corto. Negro, como el azabache. Pantalones largos hasta la pantorrilla y zapatillas como de deportista. Caminaba medio chueco, como un tambaleo. Tenía la espalda grande, como de natación. Usaba colores vivos y en su pelo llevaba un cintillo. Parece que tenía lentes de contacto porque no puede existir un color miel tan abeja en la naturaleza de los ojos. Tenía los dos lóbulos de los oídos perforados y un aro en la nariz. Debía de ser de origen gitano porque tenía el pelo crespo, enmarañado y su tez era media morena. Usaba jeans negros y cuando se movía su pelo largo seguía el vaivén del camino. Era de contextura delgada e imposiblemente gigante. Llevaba una polera de Star Wars y usaba anteojos para la vista. Tenía las uñas negras y se desplazaba en zapatos de charol. Su vestido era rojo y usaba redecillas, que en contacto con su andar distraído eran la combinación perfecta. Llevaba en sus manos libros y cuadernos, dándole un aire universitario muy atractivo. Parecía de carácter fuerte, por el ceño fruncido, como de preocupación. Los guantes para el frío estaban un poco fuera de lugar con el calor que hacía, pero era chistoso ver a una persona con abrigo caminar bajo el sol. El pelo azul desteñido que lucía no llamaba tanto la atención como los lunares de su cara y la bufanda gigante que arrastraba hasta el piso. Su piel era tan blanca que parecía transparente y desde sus brazos las venas azules acaparaban toda la atención. No sabía combinar la ropa, porque mezclaba en un solo conjunto, café y negro con amarillo y verde con un tono de turquesa y carmesí. Su polera era blanca con estrellas negras, daba risa ver a alguien tan fornido con estrellas en la espalda. Cuando pasó justo a mi lado me sonrió, pero su poco cuidadoso celular comenzó un chillido alarmante y el amor de mi vida se escapó en una llamada, aunque su voz dulce, cálida, profunda, segura, fm, grave, oscura, interesante, chillona, gangosa, cortada, aguda, susurrada, misteriosa, entonada, débil, tétrica, alegre, envolvente y sexy, me marcó para siempre.