10.5.07

metafora no, mas la casa de donde vengo llegando.

Hay una casa en la mitad de todo. De la calle, de la selva, de los cisnes, de las amalgamas dentífricas en los dientes de casi todo el mundo. Ahí, justo al medio, hay una casa.
Tu puedes ir cuando quieras, siempre hay alguien esperándote. Se llama Soledad y es la recepcionista. Tiene el pelo café, la piel oscura pero no tanto, y unas uñas perfectas, delineadas y cortadas con suma delicadeza, brillantes y transparentes como los anillos que sus dedos no llevan.
Cuando llegas, ella te recibe. Tiene una voz dulce, y cuando te habla, da un poco de sueño.
Abrir la puerta es siempre el primer paso. Cuando entras, el primer respiro es el que determinará tu estadía. Los aromas que sentirás en cada rincón de la casa, están ahí cumpliendo una función. Si sientes nostalgia, eucaliptus expelirán las velas. Si es amor, tulipán. Y cuando tus sensaciones varíen, aún cuando no te hayas movido, los olores cambiarán por ti.
En el segundo piso está la locura. Una sala con espejos y ventanas, con calefactores y aires acondicionados, velas, cuadros amarillos, un sofá, dos baños, muchas camillas y una puerta que no se cierra nunca.
Por ahí deambulando hay un hombre inglés. Alto, muy alto, rubio, muy rubio, derecho en su caminar y directo en su mirar. Si te lo encuentras mejor que lo saludes, porque el siempre sabe cuando estás en la casa, cuantas veces has venido y cuando vas a volver. El inglés y la Soledad son muy amigos, han trabajado juntos hace años.
Por las noches, llega una princesa. Árabe, no como la piensas. No con corona, no con amuletos. Con el ombligo descubierto, con monedas en las caderas. Cada paso que da, es perseguido por un centenar de tintineos. Si ella te ve, bueno, te va a corretear de la manera más sensual posible y te correrá de la casa.
Y bueno, ahí termina todo. Luego, cuando vuelvas, las cosas serán a primera vista, las mismas. Pero te engañas si crees que son iguales.

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