12.4.08

"No es el Barón Rojo"

Estaba acostada en el pasto, pensando en esta guerra. Dándose cuenta de como los aviones volvían sin bencina de todas sus patrullas. Imaginándose a los soldados, esos soldados, sus soldados, azotados por el calor de las llamas lejanas. Un fuego que por cierto, ella desconocía.
El pasto estaba húmedo, su espalda de a poco comenzaba a mojarse. El sol del mediodía le llegaba a los ojos, haciendo que su cara se arrugara para filtrar la luz. Se acomodó entonces, se sentó en el pasto. Divisó a lo lejos, luego, que una mujer anunciaba el periódico de la tarde. Pero no había nadie que se interesara por comprárlo, por saber.
El parque estaba vacío y sus hombres, cargados de municiones y desesperanza, graznaban en su mente constantemente, potenciando la aparente soledad en la que estaba sumergida. De pronto una exhuberante mujer hizo su aparición atravesando el parque. Grande, gruesa, con un turbante azulino en la cabeza y con una túnica que le llegaba hasta los pies, la mujer se habría paso a través de la multitud que existía solo en la cabeza de la sorprendida espectadora.
Entonces la siguió, no por el hecho de que fuera un alguien desconocido, sino que por las sensaciones que le producía su extraño semblante, su caminar, incluso el olor que tenía según ella, su abrazo.
Fue así como llegó a una iglesia antes desconocida para ella. Y por haber seguido a la mujer tan descaradamente, prefirió quedarse escondida cerca de la puerta, donde pudiera escapar fácilmente si llegara a ser necesario.
Pero la sorpresa la tomó por el codo y la arrastró sin oposiciones a sentarse en el primer banco del lugar, cuando se dio cuenta de que la mujer era parte de un coro. Un coro que no se había visto desde hace años, un coro místico que ella recordaba, tal vez de su infancia, tal vez de lo que contaban sus padres, tal vez de los libros.
Las canciones comenzaron y el coro se sintió feliz de cantarle a ella. Y ella por un momento olvidó a los soldados, a los aviones, al fuego. Disfrutó de la música, de las sensaciones, de lo que ella creía su coro personal, su propio descubrimiento arqueológico.
Salió del lugar después de un rato, para no tener así que hablarles cuando terminaran sus canciones. Afuera, la mujer de los diarios seguía intentando vender.
Pero no era necesario, ya, pensar más:
- Cuando termine la guerra, volveré a leer los periódicos.

0 comentarios :