21.1.07

¿A dónde quieres que vaya, a Detroit?


Estábamos todos juntos, en el mismo lugar, como siempre. Fatigados ya a las dos de la tarde. Abril se transformaba en una fantasía, escondiendo sus temperaturas normales, regalándonos unos grados más de calor en lugar de esos fríos penetrantes, que de costumbre nos invadían ya en estas épocas otoñales o pre-invernales, si lo prefieres.
Ciertamente estábamos todos en el mismo lugar, pero aun así, cada uno tenia sus propias disvariaciones. Pequeños compañeros se reían, otros se acariciaban; recuerdo también un par de ellas dormidas con un par de ellos ensimismados admirando la belleza que el sueño daba a aquellos “malditos labios distantes” y aun así tan característicos que tenían mis amigas.
Y ahí en el medio estabas tú. Y por ahí también estaba yo. Nosotras, haciendo lo que siempre hacemos.
¡Y te reíste tan fuerte! Es que esa es una de tus características, tu risa, que si no tiene razón de ser, le inventas una, y si no tiene palabras, le das sonidos, y si no es apreciada, te ríes mas, porque las cosas fomes son para ti las mas cómicas.
Te reías. Te reías con él, de él, por él. Y cuando caían las lagrimas risueñas de tus ojos, a mi cabeza volvían todas esas frustraciones, esas sombras que te invadieron cuando la primavera nos pillo desprevenidas, sin saber como luchar al desamor, al recuerdo de las texturas que el entonaba para ti, y que, al renacer de las flores, se transformaban en espinas sado-masoquistas, en la negación que te llevo al extremo de dejar de reír y te mantuvieron por meses vagando por mis mundos, donde yo no sabia como consolarte.
En eso estabas. Yo te observaba, tu lo observabas, yo los observaba, tu lo observabas, el te veía. Y así, de repente, en la improvisada cancha de fútbol donde jugaban los otros, una pelota porfiada (o quizás muy obediente) rebota en la pelvis desprotegida de nuestro personaje predilecto, reduciéndolo a un ovillo moreno y quejumbroso en una alfombra de pasto sintético.
Y fue cuando la risa se te escabulló entre medio del caucho; fue cuando viste que en el vació del dolor, él te necesitaba. Te paraste lentamente, como si atrapada en una burbuja la desgracia no pudiera escaparse a la velocidad. Y de vuelta en tus rodillas consolaste las adoloridas voluptuosidades del único personaje que siempre estará para recibir tus cariños.

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