Ventanas Débiles

Camina lentamente hacia la ventana.
Su paso calmo no es pose, no es que deba caminar así por estar vestido de terno. Ni porque su corbata sea amarilla, ni porque la periodista esté sentada en la cama, esperando su respuesta.
En realidad la distancia desde donde comienza a moverse y el lugar donde ha de detenerse, no es más que, digamos, cuatro pasos. Pero esos pequeños movientos que hace, con las manos en los bolsillos, generan una atmósfera de "silencio inteligente, que hace nacer en el testigo una cierta expectación de genialidad".
Era un atardecer cualquiera, las ventanas estaban abiertas y la cortina flameaba suavemente hacia el interior de la habitación. Ella lo miraba fijo, analizaba su postura y aguantaba la respiración, pues cada vez que él meditaba su respuesta, ella encerraba angustias en sus pulmones.
Llegó entonces a la ventana para asomarse. Una brisa le pasaba por la cara cuando una pequeña luz le interrumpió momentaneamente la vista y con eso se le trabó la lengua. Trató de hablar porque ya sabía que responder, pero no podía moverse. Intentó pestañear, pero no tenía control de sus ojos; veía, pero no podía distinguir nada. Luego sintió que no podía respirar, que no estaba respirando. Quizo pedir ayuda pero no sabía cómo pedirla.
Eso sintió al principio, en una fracción de segundo antes de que ella gritara y luego cayera muerto al piso. Después fue solo una luz entre las cejas y la sensación de que todo explotaba en pequeños fuegos artificiales a su alrededor. Le tomó varios minutos mortales darse cuenta de lo que le había pasado. Maldijo a Dios un par de veces y luego resignado siguió su camino, esperando que al menos ella, se ganara el Pulitzer con todo esto.