29.10.09

#Confieso

Estar ahí, eso es lo importante.

Me miró ese día, me estuvo mirando esa noche. Abrí los ojos derrepente, por ese pequeño espasmo que dan los ojos antes de comenzar a soñar. Me moví ligera en el lugar y entre mis pestañas lo vi sentado frente a mí, en el suelo, con el mentón apoyado entre sus brazos y las piernas recogidas hacia sí.

Detrás estaba la pared.

No hacía frio, ni hacía calor. El pelo me caía sobre la mejilla y la lámpara del velador estaba encendida. La luz estaba ahí para cuando él llegara, para que no se tropezara con mis zapatos al momento de acostarse. No sé por cuánto tiempo estuve dormida, ni cuánto rato estuvo él observándome, pero cuando abrí los ojos lo vi estático, silencioso y sonriente, entretenido en un pasatiempo que nunca entendí: observarme dormir hasta quedarse dormido.

Esa fue la primera vez. Al verlo estiré los brazos y le pedí que se acostara conmigo. Conciliamos el sueño juntos y al día siguiente hicimos el amor al despertar. Ninguna de las veces que lo descubrí descubriéndome de noche tuvieron la misma magia, pero sus ojos oscuros apoyados en mí, la seguridad que me daba explotar de amor cada vez que sentía su presencia, eso cambiaba a cada instante todas las veces, todos los días.

Ahora, de vez en cuando, me despierto de noche y lo invento en mi cama. Probablemente esté amando a otra, a otro, alguien o algo que se le haya cruzado ante los ojos, no yo, pienso cuando me limito a sentir lo que tengo y no lo que perdí; pero de todas las melancolías que me trae su recuerdo, la sensación de que me cuidara los sueños es la que más extraño, sobre todo ahora, cuando extraño extrañar.

0 comentarios :