24.4.08

Fuego y Azúcar

Una línea que en verdad son puntos que no tienen decendencia y que fabrican, a veces, estereotipos supersónicos desde el infra-sub-escondite de los roedores cuando tienen que desayunar lombrices de goma, a veces amargas o musicales, fanáticas del rey cuando amanece en el lugar de ¡Mi Voz! disculpen, es que mi cabeza a veces funciona como costillas cuando hay que esconder la cabeza entre el
paaaaaasto. veeeeerde. olorooooso. cariñooooso.
¿Eso no debía de estar en otra frecuencia?
Hay una canción que emerge desde la amigdalitis que acribilla el lado izquierdo de mi garganta. Que me dice, tú blanquita, en otros mundos, donde los pensamientos son jeroglificos llenos de helio, podrás retomar aquello que alguna vez dejaste caer como un gran pedazo de hielo negro al mar, aquella conciencia donde las cosas no eran tu culpa, sino que meras circunstancias.
- Te equivocaste de profesión, ese es el problema.
- Ya.
- No, en serio, esto no es lo tuyo.
- Ya. Y qué quieres que haga?
- Deberías dedicarte a la pirotecnia.
- A la pirotecnia?
- ¡Vamos a incendiar cosas!
- Eso no es pirotecnia.
- ¡Vamos a incendiar cosas!
- Piromanía?
- ¡¿Seamos pirómanas?!
- Tu sugeriste eso...
- ¡Vamos a incendiar cosas!
- Ya, vamos ¿Nos tomamos un té después?
- Por eso la pirotecnia entonces, desde ahí todo el problema con el azúcar.
- ¿Fuego y Azúcar?
- Oh porfavor, ¡me alagas!
- ¿Puedes ser más incoherente?
- Obvio. Canoa.
- Supercalifragilisticexpialidocious.
- No eres un buen personaje.
- Tú tampoco.



12.4.08

"No es el Barón Rojo"

Estaba acostada en el pasto, pensando en esta guerra. Dándose cuenta de como los aviones volvían sin bencina de todas sus patrullas. Imaginándose a los soldados, esos soldados, sus soldados, azotados por el calor de las llamas lejanas. Un fuego que por cierto, ella desconocía.
El pasto estaba húmedo, su espalda de a poco comenzaba a mojarse. El sol del mediodía le llegaba a los ojos, haciendo que su cara se arrugara para filtrar la luz. Se acomodó entonces, se sentó en el pasto. Divisó a lo lejos, luego, que una mujer anunciaba el periódico de la tarde. Pero no había nadie que se interesara por comprárlo, por saber.
El parque estaba vacío y sus hombres, cargados de municiones y desesperanza, graznaban en su mente constantemente, potenciando la aparente soledad en la que estaba sumergida. De pronto una exhuberante mujer hizo su aparición atravesando el parque. Grande, gruesa, con un turbante azulino en la cabeza y con una túnica que le llegaba hasta los pies, la mujer se habría paso a través de la multitud que existía solo en la cabeza de la sorprendida espectadora.
Entonces la siguió, no por el hecho de que fuera un alguien desconocido, sino que por las sensaciones que le producía su extraño semblante, su caminar, incluso el olor que tenía según ella, su abrazo.
Fue así como llegó a una iglesia antes desconocida para ella. Y por haber seguido a la mujer tan descaradamente, prefirió quedarse escondida cerca de la puerta, donde pudiera escapar fácilmente si llegara a ser necesario.
Pero la sorpresa la tomó por el codo y la arrastró sin oposiciones a sentarse en el primer banco del lugar, cuando se dio cuenta de que la mujer era parte de un coro. Un coro que no se había visto desde hace años, un coro místico que ella recordaba, tal vez de su infancia, tal vez de lo que contaban sus padres, tal vez de los libros.
Las canciones comenzaron y el coro se sintió feliz de cantarle a ella. Y ella por un momento olvidó a los soldados, a los aviones, al fuego. Disfrutó de la música, de las sensaciones, de lo que ella creía su coro personal, su propio descubrimiento arqueológico.
Salió del lugar después de un rato, para no tener así que hablarles cuando terminaran sus canciones. Afuera, la mujer de los diarios seguía intentando vender.
Pero no era necesario, ya, pensar más:
- Cuando termine la guerra, volveré a leer los periódicos.

2.4.08

explotaron, estoy segura, en alguna calle de santiago, y yo voy a tener que criar a una guagua que se llama como yo

Voy a hacer arte de todo esto!!!!

potencialmente tú.

Camino rápidamente porque para variar estoy atrasada. Los caminos del lugar, borrados de lo típico en mi día a día, se me complican un poco en la memoria y finalmente me pierdo. Llegando a una plataforma vacía, de cemento, seguida por una inevitable escalera de mármol que guiaba a los suburbios del lugar, me di cuenta que realmente no sabía hacia donde seguir y que el reloj seguía inevitablemente avanzando.

Paré ahí un momento, a tratar de entender dónde estaba, cuando derrepente me di cuenta de que estaba rodeada solo de mujeres. Bellas, coloridas, amigables, serias, con cuadernos y textos y largos calcetines a rayas. Ellas, todas, eran potencialmente tú. Perdidos en el pasto, en el bosque, en el futuro. Felices, ella, tú, ustedes. Todas eran potencialmente lo que yo no podía ser. Nunca. Ellas te hacían feliz, solo con ser lo que yo no. Seguras caminaban, pasándome como si no fuera más que una forastera.

Así fue como me solté de raiz y logré recordar cuál era mi camino. Si, bueno, llegué atrasada pero en realidad, dicen, el tiempo no existe. Y ella me estaba esperando para darme las satisfacciones que me faltaban, para poder retomar las llaves que le había encargado al conejo atrasado, cuando me lo había topado antes de tomar once.


Igual, desde ese momento, cada cierto rato me acuerdo, de este eterno no ser contigo. Y luego, en honor a eso, me tomo una taza de té.